AQUELLA U.. U.. U.C.V.
La Universidad Central de Venezuela, la U. U. U.C.V de hace veinte años acudió a mi mente hoy cuando me interné en sus predios de los Chaguaramos, ahí me vinieron los recuerdos de cuando éramos estudiantes y secuestrábamos autobuses de “San Ruperto” y los llevábamos a Tierra de nadie, y luego los devolvíamos porque al fin, nosotros también los utilizábamos, y no era conveniente quemar todos esos autobuses: ellos no tenían la culpa. Eran los tiempos de antes del Caracazo, cuando había manifestaciones todos los jueves, y teníamos que soportar la ración de gas lacrimógeno que la Policía Metropolitana nos lanzaba, aquella Universidad en la que la boina azul tenía un significado místico para los que allí estudiábamos y compartíamos vivencias. La U.C.V era más que una universidad: era la Casa que Vencía las sombras, hoy la UCV no es más que una de las tantas instituciones donde se puede sacar un título para ingresar al mercado de trabajo con algún papelito que acredite estudios. Aquella universidad tenía sus personajes. Algunos de ellos, pintorescos tal vez, algunos son los que quiero evocar.
El Chichero del reloj de la Plaza del Rectorado, era un viejito que decían que tenía más de veinte años vendiendo su chicha en la Plaza, siempre de buen humor, piropiaba a las muchachas y decía chistes, a todos les gustaba pasar un ratico aunque fuera, escuchando al Chichero mientras servía la chicha. Uno podía pasar semanas o meses sin pasar por el rectorado, pero para todos era familiar ver al chichero siempre allí, con su carrito de chicha junto al reloj. Cuando murió, la chicha la ya no tuvo el mismo sabor, el señor que heredó el negocio de la chicha no estuvo mucho tiempo vendiendo la chicha, y un día la chicha no apareció más por el rectorado, pero el recuerdo del Chichero aún perdura al pasar por el reloj de la Plaza del Rectorado.
Chapita. Este era un eterno estudiante o ex estudiante de medicina que tal vez luego de ser aplazado en varias oportunidades en alguna asignatura, le aplicaron el tenebroso RR, el reglamento del repitiente, con el cual quedaba el estudiante suspendido de curso, a quien le aplicaban el RR generalmente se iba de la universidad, pero Chapita siempre andaba por allí con su eterna borrachera, era amigo de todos, la gente le echaba broma porque siempre estaba con su aspecto de amanecido o enratonado, vociferando, y parloteando con todo el mundo por los pasillos de Medicina o de Farmacia. Chapita en los pocos ratos que estaba medio sobrio ayudaba a estudiantes de los primeros semestres de medicina con las materias de Anatomía, bioquímica o fisiología, dicen que explicaba bien, y muchos fueron los que aprobaron materias gracias a la solidaridad de Chapita. Otro quien como Chapita, también fue eterno estudiante de Farmacia era Capote, su nombre verdadero era Edgar Salas, ¿quién no conocía a Capote en la Facultad de Farmacia? muchos años estuvo formando parte del ambiente de la Facultad, ya como líder estudiantil, ya como obrero, ya como trabajador de la Proveeduría Farmacéutica, ya como colaborador de las autoridades, como toero, ese era Capote; Capote era amigo de todos, solidario, parlanchin, consejero, amigo de los amigos y fue mi pana.
El economista Marrero, con su cartel que decía “Busco un Empleo. Economista Marrero”. Cesar Marrero, egresado de la Facultad de Economía de la UCV, quien anduvo mucho tiempo exhibiendo un desaliñado aspecto y sosteniendo un cartel donde solicitaba un empleo. Él decía que aunque fuera de barrendero, pero que le dieran un empleo digno, no se sabe si fue por desilusión, frustración, novelería o simplemente ganas de echar broma que lo movieron a andar por muchos años en esa condición de eterno solicitante de empleo; dicen los que lo conocieron, que fue un aventajado estudiante y que se había graduado con honores, producto de su elevado índice académico, pero no se sabe cómo ni cuándo decidió salir a la calle con su cartel, muchos fueron los maltratos que sufrió de aquellos órganos de seguridad del Estado de la época por el solo hecho de ser ucevista con fama de ñangara, dicen que el propio ex presidente Jaime Lusinchi le ofreció plata para que dejara de hacer el papel de propagandista del desempleo, a lo que se negó Marrero, obstinadamente, ganándose otra paliza de la policía, por su puesto. Un día durante la administración de Claudio Fermín en la Alcaldía de Libertador, recibió el tan ansiado empleo, de allí en adelante no se supo más de Marrero.
Techo de vinil, este era un señor de edad muy avanzada, alto y de piel muy pálida, de unos setenta años de edad, aproximadamente, que pululaba en los pasillos de la Universidad Central de Venezuela, vestido de traje negro, en la mano un maletín del mismo color y con un pegoste de betún aceitoso negro en su rapada cabeza; nunca se supo si era estudiante de alguna carrera universitaria, o si era un anciano trastornado por una manía ucevista, ni siquiera su nombre se sabía, pero todos los muchachos bromistas que lo veían pasar le gritaban de lejos: ¡Techo e’ viniiiil…¡ y estallaba el anciano gritándoles groserías e improperios a los echadores de broma, que se cuidaban de ponerse fuera del alcance de las piedras, botellas y todo objeto contundente que les lanzaba el anciano “techo de vinil”. En el Aula Magna, en el pasillo del Comedor, en la Escuela de Humanidades, en Tierra de Nadie, en todas partes donde aparecía el anciano con el techo de vinil, siempre era lo mismo, algún bromista le espetaba por el odiado sobrenombre y, acto seguido, el anciano de coronilla embetunada reaccionaba explosivamente, durante muchos años la escena del anciano tratando de alcanzar a los bromistas con sus proyectiles formó parte del paisaje de la U.C.V.
El librero del Jardín Botánico es otro de los personajes familiares de la UCV. Solo él sabrá cuántos años lleva en su puesto de venta de libros a la salida de la Plaza Venezuela. Algunos buenos libros ofrece al transeúnte que pasa por frente al Jardín Botánico. De noche, de día, a toda hora está el librero allí, los libros nunca los mueve del lugar, allí permanecen. Para protegerlos de la lluvia los cubre con impermeables. Quien sabe cuántas cosas habrá visto el librero desde su posición inercial. En el lugar donde se aposta el librero, se ubicaban las barricadas de las policías cuando las manifestaciones universitarias de los ochenta y noventa.
Otro que era parte de ese paisaje ucevista era el profesor Agustín Blanco Muñoz, quien fue coordinador de la Cátedra Pio Tamayo, que reunía en la Sala E de la Biblioteca Central a los miembros de la comunidad universitaria a disertar políticamente, un ejercicio que era peligroso por aquellos tiempos de la cuarta república puntofijista. La Cátedra era una especie de cenáculo de los ñángaras de aquellos tiempos, y el profesor Agustín era el moderador y facilitador de aquellas reuniones nocturnas, en las que después de clase y luego de venir del comedor se podía participar de lo que hoy está muy de moda y llamamos “opinión política”, pero que solo unos pocos se aventuraban en aquel entonces. Por la Cátedra desfilaban diputados de izquierda, guerrilleros, luchadores sociales, defensores de los derechos humanos, y muchos otros personajes que no se veían con mucha frecuencia. El profesor Agustín también era famoso por que de vez en cuando, en su tiempo libre, se le veía trotando por los pasillos de la UCV con un reducido grupo de seguidores que se pasaban uno a otro un balón medicinal de gimnasio. Hoy el coordinador de la Cátedra, ya no trota por los pasillos voceando consignas protestatarias, ni tampoco se le ve disertando sobre cuestiones de marxismo, ni de luchas de clases, ni de dictaduras del proletariado, devenido en opinador de oficio y atrincherado en el oposicionismo, el Profesor ABM, dedica su tiempo a escribir acidas críticas contra el gobierno.
Aquella UCV, tiene para los que la conocimos, mucha nostálgica evocación, cuando siempre al frente de las luchas estudiantiles salía la UCV a la calle a protestar contra las iniquidades de los gobiernos de la época, que le negaban los recursos, que criminalizaban la protesta estudiantil, que mataban y desaparecían líderes de izquierda, la UCV, fue siempre punta de lanza contra las violaciones de los derechos humanos y las arbitrariedades de los cuerpos represivos, era un refugio donde no podía llegar la mano despiadada de un Estado que veía a los ciudadanos como enemigos y a los estudiantes como un peligroso estamento a quienes había de mantener a raya a punta de peinillas, plomo y gases lacrimógeno.